Creo que
supe desde siempre que era una “Nerd”.
Geek, cerebrito, ratón de biblioteca, gusano de libros….Como quieran
decirle. Al principio uno se resiste a
autocalificarse, pero en el fondo cuando desde los 6 años tus padres regalan a
tus hermanas juguetes y a ti libros y rompecabezas, uno se va haciendo a la
idea. A medida que uno va creciendo, luego de escuchar tantas veces lo raro que
es uno, es hasta "chulo" saber que uno es parte de un estereotipo. Pero al
final, ese no es el punto, el caso es que crecí rodeada de libros, fascinada con la historia y la
geografía y desde que tuve oportunidad, mis vacaciones son algo así como una
extensión de mis "estudios".
Si bien
Machu Picchu me había interesado por mucho tiempo, no fue hasta hace unos 4
años que comencé a preparar mi viaje: estudiar toda la región y decidir sobre
qué lugares quiero y/o me alcanza para ver en mis únicos 8 días entre los
amables quechuas.
De tanto
sazonar mi viaje, contagié a algunos amigos, y al final armamos una especie de
maratón- vacación-viaje para 6 personas con más expectativas y ansias que dudas y miedos. Después de
12 horas de escalas y esperas llegamos a la ciudad de Q'osco o Cusco, palabra
del quechua que significa ombligo o centro del mundo, en este caso del imperio
Inca. Es invierno, así que las montañas están peladas, y pareciera que una gran
muralla ocre resguarda la ciudad.
Ya que Perú
fue un virreinato nos podíamos imaginar lo impresionante que serían los
monumentos coloniales, sólo que no contábamos con la magnificencia de los Incas
y su avanzada tecnología: uno lo escucha y lo lee, pero verlo es otra
cosa. Por ejemplo, el convento de Santo
Domingo. Originalmente fue el complejo religioso del Q'oricamcha, y sobre los
muros de los templos se construye el convento, lo cual era la estrategia de los
españoles para demostrar su poderío y superioridad. Cada 100 años acontece en
la ciudad de Q'osco un gran terremoto; cada 100 años se destruye la ciudad casi
completamente, todo menos los muros de los Incas.
Estos muros eran construidos sin cemento o ningún tipo de pegamento o amalgama
entre las rocas. Cada roca era tallada
con un relieve único, y encajaba perfectamente en otra, algo así como lego
magnificados.
No importa cuántas veces leímos o nos contaron sobre el zigzagueante
camino a Machu Picchu, sobre el tren, las vistas o las cumbres nevadas, igual
uno se emociona e impresiona como un niño al vivirlo. La ciudadela está llena de magia y misterio,
uno no termina de entender que hace allí, en medio de la nada, perdida de todo
y rodeada de tanta vida, tan diferente al resto de todo lo que vimos en la
región.
Una de
nuestras mayores preocupaciones en este viaje era la altura. Los cuentos de cómo todo el mundo se enferma
son cosas de todos los días. Ya que vivimos al nivel del mar, todo el mundo
(incluidos nosotros mismo) pensamos que nos afectaría. Nuestro grupo no enfermó en Cusco, donde
alcanzamos los 3,400 msnm, así que esperábamos que al menos en Puno (4,000
msnm) alguien “goteara”.
El camino a
Puno era bastante largo (de 8 – 10 horas), así que nos hicimos a la idea de
terminar incrustados de alguna manera a los asientos de los autobuses. Fue una agradable sorpresa saber que eran
realmente 10 horas de “viaje turístico” con paradas en varios atractivos a lo
largo de la ruta. Puede que sea el día
que mas vimos, cada atracción era diferente a la anterior, cada método de
construcción era diferente al otro, cada paraje tenía su propio encanto. Nos
cansamos, pero no fue viaje tan largo al final.
Después de
8 días de “altura” y ya de regreso a la realidad, debemos decir que fue un
viaje increíble. Conocimos muchas
personas muy dulces y educadas, la comida no hay ni que mencionar que fue
deliciosa todo el tiempo, conocimos el legado de una civilización maravillosa,
pero sobre todas las cosas, sentimos Perú en nuestra piel.
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